Emboscados // Portugal
El sonido de un motor aproximándose nos saca de la duermevela. Adormilado palpo alrededor de la esterilla en busca del frontal y al encenderlo su luz rojiza ilumina el interior del refugio de montaña. Afuera ya es noche cerrada, lo que significa que Carlos llega inusualmente tarde y que nosotros nos hemos quedado dormidos esperando.
Tras calzarme las botas y abrocharme el plumas me asomo a la ventana para distinguir, sorprendido, los faros de dos todoterrenos subiendo velozmente por la pista de tierra. Algo no anda bien. Puedo reconocer el jeep verde de Carlos pero la presencia del otro vehículo no se justifica. ¿Cazadores furtivos, ganaderos?
Intuyendo problemas apago el frontal y salgo. Me escabullo apenas un instante antes de que los vehículos se detengan frente a la casa. Por un momento no ocurre nada, solo dos pares de focos y el sonido de sendos motores todavía en marcha.
De improviso un portazo precipita los acontecimientos y una figura se abalanza hacia la ventanilla del jeep. Hay agresividad en sus gestos y cólera en sus gritos.
En tres largos pasos salgo de las sombras y me planto en medio de la escena, tan cerca que percibo la vacilación en el rostro del energúmeno. No se podía imaginar que Carlos fuese a tener compañía aquí arriba, precisamente esta noche.
Estamos en el Parque Nacional de Peneda-Gerês conociendo el trabajo del fotógrafo Carlos Pontes, cuyas imágenes retratan la biodiversidad lusa en general y al lobo ibérico en particular.
Su rigorosa labor documental le ha llevado a publicar en revistas tan prestigiosas como la National Geographic pero, paralelamente, le ha granjeado la peor de las animadversiones entre los detractores del cánido.
A pesar de que el lobo está estrictamente protegido en Portugal desde el año 1988, para muchos su presencia resulta intolerable y tan siquiera aquí, en el único parque nacional del país, la especie está exenta de amenazas. La principal, la provocada por el hambre.
Dado que su protección no ampara a las especies de las que depende para su supervivencia, la presión cinegética sigue mermando los números de sus presas naturales y las manadas famélicas se ven forzadas a depredar sobre lo único que queda vivo en el campo: el ganado desatendido.
De resultas, el eterno conflicto entre ganaderos y lobos. Una guerra cuyas hostilidades repercuten en todos aquellos que, como Carlos, refuerzan la vigilancia y protección de la vida salvaje.
El asalto de la noche pasada a pié del refugio no ha sido el primero y, con certeza, tampoco será el último.
“… el lobo está estrictamente protegido en Portugal desde el año 1988…”
“… para el grueso del sector rural, trescientos individuos no son pocos, son demasiados.”
300 lobos arrinconados en un 20% de su distribución original como resultado de siglos de destrucción y fragmentación del hábitat, envenenamientos y furtivismo.
Aunque para el grueso del sector rural, trescientos individuos no son pocos, son demasiados. Ellos persiguen la completa aniquilación, tal y como aconteció en tantos otros países europeos.
Entonces ¿a quién se le debe el merito de haber evitado la total desaparición de la especie en Portugal?
Para responder a esta pregunta debemos abandonar el Gerês y viajar hacia el Sur, hacia los cuarteles generales de Grupo Lobo; la organización que desde el año 1985 salvaguarda la supervivencia de los ejemplares que escaparon del ecocidio.
Cátia Paulino es una de las biólogas que trabajan sobre terreno para Grupo Lobo y, en su compañía, descubriremos la metodología que sigue la organización para localizar y censar a la población lupina.
Las primeras jornadas las pasaremos recorriendo cuadrículas de terreno, tanto al Norte como al Sur del río Duero. Realizaremos transectos a la búsqueda de indicios de presencia y comprobaremos las decenas de cámaras de foto-trampeo que han estado disparando, ocultas entre la vegetación, durante los tres últimos meses.
La visita a cada uno de estos dispositivos resulta emocionante. ¿Qué criaturas habrán estado merodeando por las florestas cuando creían que nadie las estaba observando?
“… descubriremos la metodología que sigue la organización para localizar y censar a las manadas. ”
“… el retrato inerte de una tierra saqueada…”
La realidad nos golpea con crudeza conforme se van descargando las imágenes al ordenador. La ilusión de encontrar el contador con miles de disparos se esfuma tras una rápida visualización.
El sensor ha sido activado por el viento y por las sombras, pero a excepción de algún zorro o arrendajo, nada ha cruzado este tramo del bosque durante los últimos noventa días.
Cámara tras cámara, foto tras foto, el retrato inerte de una tierra saqueada.
Apenas hay vida salvaje y la poca que queda está representada cada vez por menos y menos especies. A escala global, un millón se encuentran en peligro de extinción por causas de caracter antropogénico.
Pero de la misma manera que somos capaces de arruinar nuestro legado natural, también somos capaces de custodiarlo.
Un movimiento internacional se enfrenta a esta tendencia regresiva y, nosotros, partimos al encuentro de sus responsables en Portugal.
“Un movimiento internacional se enfrenta a esta tendencia regresiva…”
En el valle del Côa miles de hectáreas de terreno han sido compradas en el último año y su nuevo propietario, Rewilding Portugal, lo ha hecho con un objetivo muy claro, el de reasilvestrar.
Avivando el poder regenerativo de la naturaleza por medio de intervenciones estratégicas, pretenden recuperar los hábitats favorables para el retorno y asentamiento de especies clave.
La primera de estas intervenciones la llevarán a cabo este fin de semana, con la liberación de una manada de caballos salvajes y la responsable de conservación, Sara Aliácar, lo explica como sigue:
“Resulta esencial incrementar la presencia de ungulados en el Valle del Côa ya que los grandes herbívoros que otrora existieron fueron extinguidos o recluidos a pequeños núcleos y sustituidos por ganado, que también vio sus números disminuir desde que comenzó el éxodo rural.
Sin herbívoros la vegetación se cierra y se simplifica. El paisaje se vuelve más homogéneo, con menos diversidad de hábitats y es más vulnerable a los incendios, que a su vez alimentan un círculo vicioso de homogenización del paisaje.”
“Los caballos contribuyen a la división del bosque y del matorral, lo que mejora las condiciones de las poblaciones de corzo, cabra montés, conejo y perdiz roja. Esto, a su vez, aumenta la disponibilidad de presas para carnívoros como el lobo ibérico, el lince ibérico, el águila perdicera y carroñeros como los buitres.”
Y mientras nos está contando todo esto ante el río que da nombre al valle, mi imaginación ya se ha lanzado a navegar las corrientes espumosas que ronronean en la distancia.
Las mismas que riegan el nuevo territorio de los caballos y el futuro hogar de los superdepredadores desaparecidos.
El Côa es un río exigente. Un cauce intrincadamente hermoso rebosante de desafíos técnicos que, sin embargo, rápidamente ofrecen recompensa.
Allí donde las rocas obstruyen el avance, encontramos a los galápagos bronceándose al sol. En los tramos donde los sauces han medrado sobre el lecho, las garcetas crean sus colonias. Donde las alfombras flotantes de ranúnculos solidifican las aguas, las culebras viperinas cazan a los anfibios más desprevenidos.
Gozamos incluso con las muchas ocasiones en las que la efervescencia de los rápidos nos catapulta fuera de la balsa y nos deja chapoteando corriente abajo. Es la excusa perfecta para detenerse y montar campamento en alguna de las virginales playas que se extienden por las faldas del cañón.
“Un cauce intrincadamente hermoso rebosante de desafíos técnicos…”
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