Océano Plastífico
REWILDERS MISSION // CAPÍTULO 11 // PANAMÁ
This article is also available in English
A veces me ocurre caminando largas distancias. En determinado momento entro en un estado en el que las piernas continúan su movimiento mecánicamente y la mente empieza a vagar por derroteros ignotos.
Inmerso en el trance de la extenuación y lastrado por el peso de la mochila, las reflexiones se suceden las unas a las otras con inusitada lucidez, persiguiéndome de manera obsesiva durante kilómetros. Hasta que al fin otro asunto reclama mi atención en el sendero y la elucubración anterior, ya tan elaborada, se desvanece para nunca más volver.
Pero eso no fue lo que me ocurrió el otro día. La idea que surgió no por prosaica fue menos intrigante y, de tan seductora, se volvió recurrente.
La especulación comenzó mientras cruzábamos una de esas playas tropicales que prometen los catálogos de viaje: arena fina, cielo azul, hamacas tendidas entre palmeras… La estampa se podría antojar paradisíaca si no fuera porque había sido ya vendida a muchos más turistas de los que buenamente podría acoger.
Sea como fuere allí estábamos nosotros, de paso. Y el paso apretábamos para escapar lo antes posible. Pero para alcanzar nuestro sendero primero tendríamos que cruzar no solo aquella suntuosa exhibición de lujosos caprichos, si no que también teníamos que cruzarnos con los caprichosos.
Sintiéndonos gradualmente más y más fuera de lugar, nos adentramos en la ciudad de vacaciones y, cuanto más veíamos, tanto más crecía mi incomodidad. Me irritaba tanto la evidente despreocupación de todas aquellas personas que comencé a envidiar su extraordinaria capacidad para evadirse de la realidad.
Sus vidas se antojaban tan fáciles, tan livianas, que deseé disfrutar también de unas vacaciones como esas. Una temporada viviendo así, al margen de todas las responsabilidades autoimpuestas. Unos días para existir sin que nada más importe, excepto mi propio goce.
Entonces ocurrió, se formuló la pregunta y ya no me abandonó. No cesó ni cuando los hoteles se perdieron de vista, ni cuando la jungla nos acogió. La cuestión me acompañó hasta este mismo instante, recorriendo una playa tan diferente a aquella otra.
¿Cómo podría hacer yo para disociarme de una manera tan pragmática?
Pues bien, he concluido que la única manera sería si lograse olvidar. Tal vez a causa de un accidente, de una conmoción tan fuerte que se me extraviasen los recuerdos. Una amnesia terminal con la que conquistar el privilegio de la ignorancia y con la que recuperar la inocencia perdida. Un formateo completo, borrón y cuenta nueva, un volver a empezar.
Y solo así, con la conciencia en el exilio, podría retozar en sus resorts o cebarme en sus buffets, festejar en sus verbenas o zambullirme en sus jacuzzis. Jugar a pagar y consumir, pagar y consumir. Como si no hubiese un límite, como si ya nadie esperase un mañana.
“Como si no hubiese un límite, como si ya nadie esperase un mañana.”
“… una playa en la que anidan más plásticos que pájaros.”
Al alba me despierto dentro de la tienda de campaña. Asomo la cabeza y solo veo el mar, la selva y un sol naciente que deja en evidencia a los que ayer despilfarraban; pues empieza un nuevo día.
Levantamos campamento y echamos a caminar por una playa en la que anidan más plásticos que pájaros.
Las corrientes arrojan los desechos de una sociedad deshecha. En las botellas a la deriva ya no llegan mensajes de socorro, aquí es el paisaje el que grita auxilio cubierto de botellas.
Once días más tarde y nuestras mochilas ya no guardan más que los restos de unas provisiones que duraron lo suficiente como para abandonar la incivilizada civilización, atravesar la recóndita jungla de Cerro Hoya y llegar hasta estas orillas.
Aquí, como en las otras playas que hemos ido dejando atrás, los pelícanos sobrevuelan las olas, las fragatas planean en el horizonte y los cangrejos corretean entre la basura que tapiza los arenales. A simple vista este lugar no parece albergar nada extraordinario.
Pero para quienes miren atentamente, en la arena también se pueden encontrar los rastros dejados por unas criaturas que bien merecen cada uno de los kilómetros que hemos caminado.
“… en la arena también se pueden encontrar los rastros… ”
“… la mitigación también tendría que estar en nuestras manos.”
Vetustos, arcaicos, antediluvianos; estos reptiles habitan nuestros océanos desde hace más de 100 millones de años. Y a pesar de haber sobrevivido incluso la extinción masiva que aniquiló a los dinosaurios, no es sino en el presente cuando sus poblaciones se encuentran en mínimos históricos.
Hoy, de las siete especies de tortugas marinas que existen en el planeta, seis se encuentran en grave peligro.
Sobrexplotación, polución, cambio climático, destrucción de hábitats… Toda la cohorte de abusos que el ser humano es capaz de infligir en los ecosistemas, confluyen en la situación de estas especies.
Aunque si el problema somos nosotros, imagino, la mitigación también tendría que estar en nuestras manos.
En la playa de Mata Oscura, la Fundación Agua y Tierra lleva décadas rescatando nidos de las tres especies de tortugas que todavía arriban a estas costas: Tortuga Verde (Chelonia mydas), Carey (Eretmochelys imbricata) y Olivácea (Lepydochelis olivacea).
Durante las próximas semanas nuestra función será la de apoyar las labores de la fundación, principalmente patrullando los arenales en busca de rastros que indiquen posibles desoves.
Dicha tarea ha de realizarse basándose en un profundo conocimiento del comportamiento de cada una de las especies. Cualquier error en la planificación significa cederle la ventaja a los furtivos que esperan su oportunidad entre las sombras.
Si esto llegase a suceder y los nidos fuesen saqueados, los huevos acabarían en el mercado negro, y con cierta probabilidad, hervidos en la sopa de algún turista ansioso de saborear un plato exótico.
Para prevenir que ocurra, cada noche nos levantamos a una hora diferente, obedeciendo la tabla de las mareas, y echamos a caminar por la playa en busca de indicios de presencia. Cuando localizamos un rastro saliendo del agua, los seguimos hasta las dunas y averiguamos si ha habido una puesta o no. En caso afirmativo, desenterramos los huevos con sumo cuidado y los transportamos al vivero de la fundación, donde los volvemos a enterrar en idénticas condiciones.
Diariamente ejecutamos rescates y muy pronto empezamos a comprobar los resultados de nuestras acciones.
“… muy pronto empezamos a comprobar los resultados de nuestras acciones.”
“… estaremos con la mierda al cuello, en el Océano Plastífico.”
Las primeras 85 tortuguitas verdes que vemos emerger no están ni mucho menos a salvo. Cada una de ellas se enfrenta ahora a amenazas mucho mayores que las que suscitan los furtivos.
Si las estimaciones son correctas, solo el 0,1% alcanzarán la madurez sexual, lo que en esta especie implica sobrevivir 30 o 40 años esquivando redes de pesca, basura y unos eventos climatológicos cada vez más extremos.
Con semejante perspectiva resulta inconcebible pensar que los padres de estas tortuguitas probablemente hayan nacido cuando los primeros plásticos se empezaban a producir a escala industrial. Y que en tan corto ínterin, el ser humano haya logrado contaminar hasta la última gota de agua del planeta.
Patrullando la costa cada noche, otra pregunta me ha empezado a atosigar. ¿Cómo serán los mares cuando una de estas tortuguitas vuelva para enterrar sus propios huevos?
Siempre y cuando nuestra sociedad continúe viviendo como lo viene haciendo hasta ahora, es seguro que ya no existirá un Océano Atlántico, un Índico o un Pacífico. Todos, incluidos aquellos turistas en sus resorts, estaremos con la mierda al cuello, en el Océano Plastífico.
RESUMEN
COSTE
GASTO POR PERSONA Y DÍA: 3,03 €
Apóyanos
Si encuentras inspiración leyendo estas crónicas y aprecias nuestro compromiso con la protección ambiental, considera hacer una donación.
Nuestro gasto anual promedio es de 1,50€/día o 45€/mes, por lo que incluso la aportación más pequeña supone un extraordinario apoyo.
Equipo
Eva Hübner
Investigación y activismo
Brais Palmás
Narración y fotografía