Presa de presas // Montenegro
Presa de presas
REWILDERS MISSION // CAPÍTULO 9 // MONTENEGRO
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Lo vemos al final de la tarde, sobre la cresta de un cerro: pelo erizado y ojos fijos en la distancia, alerta. El resto del rebaño está más abajo, rumiando los primeros brotes frescos de la estepa. A cada pocos segundos levantan la cabeza y olfatean el viento.
De improviso un silbido estalla en el aire. Los rebecos entran en acción simultáneamente, respondiendo al aviso de peligro.
Con el monocular los observo galopar grácilmente por entre las lomas y cuando alcanzan un nevero el corazón me da un vuelco. Hay un depredador gris yéndoles a la saga. Un lobo solitario de cola tupida y cuerpo fibroso.
Por un momento el cazador se aproxima con sus fauces abiertas, pero ha sido descubierto demasiado pronto.
En la persecución que sigue, los rebecos se lanzan a través del terreno irregular dejando atrás al lobo derrotado. La caza ha terminado.
«¡No te lo vas a creer! ¡Ven, ven!» – A la mañana siguiente, Brais regresa al campamento con los ojos brillando de emoción.
Ahora sus dos manos están cubiertas de sangre. Con la una sujeta una tibia y, con la otra, hunde el cuchillo en la articulación de la cadera.
«Esta es la carne más salvaje que jamás hemos comido» – exclama mientras una de las patas se desprende del cuerpo con un sonoro crujido – «¡Rebeco cazado por lobos!»
En los cuartos traseros se distinguen marcas infligidas durante la persecución, arañazos y dentelladas. La cabeza, los órganos internos y una pata delantera han sido devorados; el resto dejado para más tarde.
Mientras Brais despelleja la pata y la corta en pedazos, yo recojo leña y enciendo un fuego. Cocinamos la carne aderezada con plantas silvestres y la comemos con la vista puesta en las cumbres del otro lado del desfiladero.
“… la carne más salvaje que jamás hemos comido.”
“… durante la noche entran y salen de nuestros sueños.”
Estamos en las montañas de Montenegro, en busca del Rupicapra rupicapra balcanica, una subespecie de rebeco endémica de la región, mitad antílope, mitad cabra.
Y los buscamos porque quizás sean ellos los habitantes más distinguidos de este paisaje kárstico. Los oriundos de una tierra en la que la lluvia y la nieve se filtran lentamente creando un sistema subterráneo de ríos y lagos; aguas que luego reemergen de entre las rocas en forma de manantiales y que señalan el nacimiento de los últimos ríos salvajes de Europa.
Los rebecos de los Balcanes: esos animales que durante el día abrevan en esas mismas fuentes y que, durante la noche, entran y salen de nuestros sueños.
Cuando al fin descendemos, dejamos atrás el invierno. Bajo la estepa encontramos los primeros árboles todavía desnudos, pero conforme perdemos altura, más y más hojas adornan las ramas, formando un dosel de un verde casi fluorescente.
Luego de los hayedos, una pradera, donde el agua brota a raudales. La corriente arrastra el frío del invierno pero viste el perfume de la primavera. Ranas y sapos croan junto a charcas llenas de huevos, y también tritones y salamandras.
Es el nacimiento del río Komarnica, y hemos venido a recorrerlo en su totalidad.
“La corriente arrastra el frío del invierno pero viste el perfume de la primavera.”
“Olas de adrenalina me golpean al mismo tiempo que las de agua helada.”
Empinados acantilados de piedra caliza se alzan sobre nosotros, cientos de metros de altura. Pinos solitarios arañan el precipicio con sus raíces expuestas. Un frondoso bosque tapiza la base.
Yo, en el fondo del desfiladero, aferrada al remo y en medio de aguas espumosas; observo cómo la balsa de Brais aparece y desaparece bajo las olas. El río resuena como un trueno lejano. Es la primera vez que hago packrafting en aguas bravas y me siento nerviosa.
Brais se ha detenido a esperarme en un remolino y me señala el camino con una gran sonrisa. Es mi turno.
Respiro hondo y dirijo la proa hacia el rápido. El oleaje me levanta e impulsa hacia adelante. Hay agua estallando en todas direcciones, casi como si estuviese lloviendo de abajo a arriba.
De repente, una gran roca aparece en medio. La esquivo a duras penas y la maniobra casi me derriba. Olas de adrenalina me golpean al mismo tiempo que las de agua helada. Voy de lado, pero al menos sigo sobre mi balsa. Con unas brazadas enérgicas enderezo la embarcación y me dejo llevar río abajo, exultante.
Tras levantar campamento, me siento en la pequeña playa de guijarros, observando a una serpiente que intenta pescar en la orilla. Como la serpiente en el agua, mi mente se zambulle una y otra vez en las mismas preguntas: ¿Hasta qué altura subirá el nivel del agua cuando hayan inundado el cañón… quedarán sumergidos los árboles centenarios de la ladera… adónde irá a parar la serpiente?
Unos kilómetros río abajo, las compañías eléctricas estatales de Montenegro y Serbia planean construir una central hidroeléctrica, creando un embalse de más de 17 km de largo que ahogará todo lo que hemos visto hasta ahora.
Intento imaginar la masa de agua sobre mí y adivino el nivel alcanzando esa franja de acantilado iluminada por el sol del atardecer. La presa medirá 171m. de altura.
“… ahogará todo lo que hemos visto hasta ahora.”
“… noches iluminadas de luciérnagas, como estrellas errantes.”
Siete días pasan mientras remamos este tramo de río amenazado. Siete días de asombro por lo que hay y de ira por lo que podría perderse.
La rara riqueza de un hábitat salvaje donde las aguas bravas corretean a través de bosques vírgenes. Todas esas cascadas y pozas de color esmeralda. Las noches iluminadas de luciérnagas, como estrellas errantes.
Durante esta semana el cañón ha empezado a parecerme un mundo en sí mismo, un refugio.
Y esto es lo que en realidad son estos lugares: Espacios seguros al abrigo de las presiones humanas y también climáticas. Santuarios donde la flora y la fauna pueden desarrollarse y sobrevivir sin interferencias.
Entonces, un día, el caudal se detiene. El prístino Komarnica entra en un lago artificial y muere.
Su cementerio es el Piva, un embalse creado por una enorme central hidroeléctrica erigida en los años setenta. El Piva, que antaño era un río caudaloso, fue presa de presas.
Cincuenta años después de su construcción, todo lo que ha quedado es una tórrida bañera estancada, punteada por islas de desechos flotantes.
En su paisaje estéril, comprendemos más que nunca por qué nuestros socios de la Sociedad Ecologista Montenegrina se mantienen firmes contra las compañías eléctricas que ahora tienen al Komarnica en su punto de mira.
¿Dejaremos que los últimos ríos salvajes que quedan en Europa se conviertan en otro emplazamiento industrial? ¿Otra fuente de beneficios para unos pocos?
“El prístino Komarnica entra en un lago artificial y muere.”
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Equipo
Eva Hübner
Narración
Brais Palmás
Fotografía