Xilema // Bosnia y Herzegovina

Xilema

REWILDERS MISSION // CAPÍTULO 10 // BOSNIA Y HERZEGOVINA

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Un siseo entre las rocas nos hace detenernos en seco: ¡Poskok! Nos han advertido de esta víbora tantas veces que ha sido la primera palabra que hemos aprendido en el idioma local, incluso antes de saber cómo dar las gracias.

Los lugareños siempre tienen algo que contar sobre ella, ya sean consejos para prevenir mordeduras o estrafalarios relatos sobre serpientes que atacan lanzándose desde los árboles sobre paisanos desprevenidos.

En una ocasión, un exsoldado de la guerra de los Balcanes nos confesaba que él y sus compañeros siempre miraban el suelo antes de ponerse a cubierto de los disparos: «Temíamos más al poskok que al enemigo».

Y ahora, ahí está. Una hembra de color crema y ojos ambarinos, pupilas como las de un gato. Hendiduras por nariz y una protuberancia sobre ellas. Escamas dispuestas cual armadura. Vipera ammodytes, poskok.

El encuentro ocurre en los Alpes Dináricos, la extensa cadena montañosa que divide la península de los Balcanes.

Hace unos días cruzamos desde Montenegro a Bosnia y la travesía nos ha dejado las botas cubiertas de polvo, las piernas cansadas y las raciones casi agotadas.

Pero cuando superamos la cumbre rocosa que nos habíamos propuesto alcanzar, la vista que nos espera actúa como un bálsamo.

Arrebol. El sol se está metiendo tras los picos dorados y en lontananza se encuentra nuestro próximo destino.

“El encuentro ocurre en los Alpes Dináricos…”
“… donde el asfalto termina y la cuenca del Neretva comienza.”

Para la siguiente parte del viaje debemos aprovisionarnos con vituallas para ocho días. Y el único lugar donde hacerlo es Gacko, un poblacho deprimente situado a la sombra de una central térmica.

De las chimeneas sale un espeso humo grisáceo que se dirige hacia el Suroeste como una segunda capa de nubes. El lignito que están quemando lo obtienen justo al lado del pueblo, en una gran mina a cielo abierto.

No pasamos más tiempo aquí que el que no lleva reabastecernos en la tienda local y encontrar a alguien que nos lleve hasta donde el asfalto termina y la cuenca del Neretva comienza.

A vista de pájaro estamos a tan sólo 12km. de la central térmica. Pero no podría sentirse más lejos.

En el valle del Neretva encontramos pocas casas y todavía menos gente habitando en ellas. La mayoría de edificios están o bien derruidos o bien tapiados. Los graneros y establos han sido reclamados por los murciélagos.

En los muros hay agujeros de bala. A los lados del camino y semiocultos por la vegetación, surgen edificios bombardeados y señales que advierten de minas antipersona.

A pesar de ello, nos topamos con algunas gentes, ancianos en su mayoría que, según nos cuentan, volvieron a sus tierras para cuidar de un pequeño huerto, unas cuantas ovejas o un puñado de colmenas.

“… semiocultos por la vegetación, surgen edificios bombardeados…”
“… mudamos (…) el sendero de tierra por el lecho del arroyo.”

Miríadas de arroyos corren ladera abajo, hacia el fondo del valle. Los seguimos hasta su confluencia y, una vez allí, mudamos las botas de montaña por sandalias de agua, el sendero de tierra por el lecho del arroyo.

Con pesadas mochilas a la espalda y los pies sumergidos, al principio nos cuesta mantener el equilibrio sobre los guijarros resbaladizos. Pero con cada paso que damos ganamos confianza.

Cuando otro nuevo afluente se une al cauce principal, percibimos el descenso de temperatura. Cuando las orillas se estrechan o ensanchan, los músculos de nuestras piernas responden compensando el cambio de velocidad con la que se precipita la corriente.

Sobre nuestras cabezas, abultadas nubes oscuras se persiguen las unas a las otras en constelaciones siempre cambiantes. Nunca acertamos a predecir cuándo descargarán, pero sí sabemos que después, invariablemente, el sol se abrirá paso, la niebla se disipará de las colinas y los reptiles saldrán de sus escondrijos para disfrutar del calor.

Con cada kilómetro que avanzamos, el río se va haciendo más y más profundo y la corriente más y más poderosa. Al tercer día el nivel ya ha superado nuestros muslos desnudos. Ahora, cada vez que tenemos que vadear rápidos, debemos entrelazar nuestros brazos, agarrarnos a los hombros del otro y avanzar así, unidos. El agua es demasiado fuerte para cruzar en solitario. Tal vez es la hora de retirarse a la seguridad de la tierra.

De vuelta en el sendero el canto de los pájaros y las llamadas de apareamiento de las bombinas sustituyen el rugido del Neretva. En lugar de coches o personas, encontramos una familia de jabalíes, excrementos de osos y lobos, y algunos huesos blanqueados. Cada pocos metros, un susurro indica que un lagarto o una serpiente se ha percatado de nuestra presencia.

“Cada pocos metros, un susurro…”
“… salvaje e impoluto…
Hasta ahora.”

Aunque ahora seguimos la pista forestal, descendemos con frecuencia a la orilla para bañarnos, acampar o llenar nuestras botellas.

Bebiendo de este agua cuesta creer que apenas 200 kilómetros más abajo este río desemboca en el mar Adriático como uno de los más contaminados.

Pero a lo largo de esta primera sección, todavía corre salvaje e impoluto… Hasta ahora.

Porque el alto Neretva se encuentra amenazado por la construcción de 70 centrales hidroeléctricas, tanto en su curso principal como en sus afluentes.

Y algunas de esas presas ya están en construcción.

Un enorme desmonte señala el final de nuestra travesía: cuatro kilómetros de bosque arrasado para edificar la primera de las centrales hidroeléctricas.

Pistas abiertas por excavadoras y cosechadoras atraviesan el paisaje cual cicatrices endurecidas. Tocones y troncos talados ribetean la tierra revuelta. El río, una nota al margen, casi como si alguien se hubiera olvidado de cerrar el grifo.

No hay animales ni tampoco se oye el trino de los pájaros. Solo experimentamos una persistente sensación de opresión.

Continuar caminando es quizás lo más exigente que hemos hecho hasta ahora. Nuestros cuerpos responden con rechazo. Estamos asqueados, exhaustos. Pero nos obligamos a avanzar para documentarlo todo.

“Tocones y troncos talados ribetean la tierra revuelta.”
“El xilema es para los árboles lo que las arterias para nuestro cuerpo…”

En las hojas de los árboles talados observamos el intrincado patrón del xilema. Recuerda al mapa de una cuenca fluvial o a los vasos sanguíneos de un corazón humano.

El xilema es para los árboles lo que las arterias para nuestro cuerpo o los ríos para el planeta. Pero aquí están siendo cercenados.

Por ello esta noche, un centenar de científicos y activistas de diecisiete países levantarán sus tiendas y laboratorios de campaña a orillas del embalse en construcción.

Es el inicio de la “Semana de la Ciencia del Neretva”, una operación organizada por Amigos de la Tierra Bosnia y RiverWatch.

La base se percibe como la primera línea de defensa, una barricada contra la maquinaria que avanza río arriba.

Grupos de especialistas salen día y noche pertrechados con toda clase de artefactos. Junto a ellos, inspeccionamos los arroyos, nos adentramos en galerías subterráneas y escalamos montañas para escrutar pacientemente el cielo.

Agua, tierra y aire; registramos la vida que habita en los tres elementos. De peces a reptiles, de mamíferos a insectos, de líquenes a hongos; encontramos especies raras, amenazadas y, en ocasiones, incluso formas de vida nuevas para la ciencia.

Es difícil no sentirse emocionado al ver crecer diariamente los listados de especies catalogadas. Cada nueva muestra recogida puede contener el argumento necesario para detener la devastación.

“Agua, tierra y aire; registramos la vida que habita en los tres elementos”
“… cada nueva perdida nos acerca más al shock.”

Los Balcanes son conocidos como el Corazón Azul de Europa porque un tercio de sus ríos se encuentra en estado prístino, mientras que en el resto del continente apenas queda ninguno.

Sin embargo, la lucha por el Neretva representa la de otros muchos en la región.

Mientras científicos, abogados y activistas trabajan contrarreloj para detener las más de 3.000 presas proyectadas; los inversores y empresas constructoras se afanan en cortar las últimas arterias que nos quedan.

En una época de extinciones y crisis climática, cada nueva perdida nos acerca más al shock.

RESUMEN
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KM

UBICACIÓN: NERETVA, BOSNIA Y HERZEGOVINA, EUROPA

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DÍAS

MODALIDAD: BACKPACKING

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COSTE

GASTO POR PERSONA Y DÍA: 1.97 €

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Equipo
Eva Hübner

Narración

Brais Palmás

Fotografía

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