Isla grande, isla pequeña // España

Isla grande, isla pequeña

España

El barco avanza ronroneando, mecido de manera casi imperceptible por la olas que se aproximan al casco llegadas desde la negrura. No hay luna y solamente algún destello pasajero insinúa estrellas al otro lado de las nubes.

En cubierta un grupo de camioneros charlan, fuman y exhalan bocanadas de humo azul bajo la luz de un foco. Y nosotros.
Nosotros, que enfundados en sacos de dormir, dormimos.

Despierto con el sonido sordo de una bocina anunciando la llegada a puerto. Es una mañana de primavera gris y húmeda y, como de costumbre aunque hoy con más motivo, alargo todo lo que puedo el momento de abandonar las plumas.

Me propongo seguir durmiendo cuando el crujir de una cremallera al abrirse capta mi atención. Con un ojo entreabierto sigo los movimientos de mi compañera empacando su saco y trato de imaginar cuán diferente será viajar en su compañía.

Brinco fuera del saco, brinco dentro de la ropa, brincamos sobre las bicicletas y nos lanzamos a recorrer la isla de Ibiza.

Ibiza, es un lugar ejemplar ambientalmente. A escala, es como nuestro planeta, una isla extraordinariamente hermosa con suficientes y abundantes recursos como para sostener la vida… hasta el momento presente.

Masificada, sobrexplotada y gravemente maltratada; Ibiza simboliza a la perfección la ignorancia y la avaricia que caracteriza al ser humano. Incapaces de comedirnos en nuestra expansión y desarrollo, destruimos todo cuanto fue fértil y bello.

Habrá quien defienda que la situación aquí es la que es debido al perfil del turista promedio. No a mi parecer. El turismo desde luego es un sector con un impacto altísimo, pero depende de las administraciones y la población local, gestionarlo cabalmente. Depende de las personas.

Por presentar tan solo un par de argumentaciones…

La isla disfruta de una exposición solar de 300 días al año, sin embargo, solo el 1% de la energía eléctrica consumida es producida por placas fotovoltaicas. Por la contra Ibiza dispone de una central que quema combustibles fósiles para generar electricidad.

Es decir, cada vez que, por ejemplo, una persona se da una ducha, es preciso quemar derivados del petróleo como mínimo tres veces. Una, para bombear el agua del subsuelo (cada vez a más profundidad); dos, para desalinizarla (cuanto más se profundiza, más salobre es); y tres, para calentarla con un termo eléctrico (porque también se ignora la solar-térmica). Y eso en el supuesto de que te duches con la luz apagada, que no uses el secador, la plancha del pelo, el cepillo eléctrico, etc.

Ahora bien, cuando ciertas petroleras iniciaron prospecciones por la zona, todos los ciudadanos en un frente común se manifestaron y presionaron para que no se llevaran a cabo; no fuese a ser que un vertido diese al traste con su fuente de enriquecimiento: el turismo de sol y playa. Irónico.

Un segundo ejemplo es la importación de alimentos y la exportación de residuos.

Se da la particularidad de que cada vez hay menos tierra fértil, menos materia orgánica en el suelo y los pozos ya se secan durante el verano. De resultas, la producción del primer sector se va encareciendo exponencialmente y los agricultores locales abandonan ¿para qué trabajar la tierra todo el año si con tres o cuatro meses dedicados al turismo ganas muchísimo más?

Si no hay producción agrícola, no hay oferta de productos locales en el mercado, como tampoco hay cereal con el que alimentar al ganado ovino y caprino.

La solución es tan obvia como absurda, se importa. Camiones y containers llegan cargados desde todo el planeta para satisfacer la demanda diaria, agua incluida.

Ignoremos por un instante las repercusiones en términos de emisiones de CO2, el impacto del tráfico marítimo sobre la biodiversidad o de la pérdida irreparable de soberanía alimentaria. Solamente fijémonos en el despropósito de los miles de millones de envases que llegan acompañando a esas mercancías.

Un productor local para vender en el mercado de la plaza no tiene la necesidad de embalar, proteger y refrigerar su cosecha; pero si la cosecha tiene que recorrer 5.000km. antes de llegar al plato, esta habrá de venir bien empaquetada y conservada.

Ibiza tiene un vertedero, pero no tiene plantas de reciclaje, así que si eres uno de los pocos que se preocupa como mínimo de comer ecológico y reciclar, debes saber que tu bandeja de naranjas orgánicas que ha llegado desde la península, volverá a la península; y las pieles de tu naranja se llevarán al vertedero.

Del compostaje, ni se oye hablar.

“A escala, es como nuestro planeta, una isla extraordinariamente hermosa…”
“… descubriremos nuestra parte de responsabilidad en todo lo que ocurre alrededor.”

Soy yo de la opinión de que todo comportamiento social es fielmente extrapolable al comportamiento individual.

Cojamos como ejemplo a una persona con un sobrepeso tal que resulte perjudicial para su salud, tanto, que la pone en riesgo. Este sujeto, salvo raras excepciones, ha llegado hasta esta situación por propia voluntad.

Su ingesta no depende de nadie más que de él mismo y puede decidir libremente cuántas veces y qué tipo de productos come, pero no lo hace, de ahí que continúe obeso.

Desde fuera, un médico consciente de la inminencia de un ataque al corazón que le cueste la vida al sujeto, le recomendaría que se cuide, que cambie de dieta y que haga deporte; en definitiva que cambie radicalmente su estilo de vida.

Nada nuevo ¿verdad? Él ya lo sabe, en realidad todo el mundo lo sabe.

Llegados a este punto, pocos son los que reconocen el problema y se exigen a si mismos el cambio preciso. Por la contra, la inmensa mayoría no hará nada y se mantendrá en la misma dinámica. Quizás unos cuantos conmovidos por el discurso del médico pasen a incluir en su dieta este o aquel producto anticolesterol.

Entonces ¿cuándo ocurre el cambio? Dos opciones, con el sujeto muerto, o con el sujeto aterrado tras recuperarse de un infarto.

Volviendo entonces al comienzo de la reflexión, a la sociedad occidental le pasa exactamente lo mismo. Una serie de personas alertando sobre la amenaza que se cierne sobre nosotros y muy pocos haciendo caso a las advertencias.

Solución, dejar que ocurra, dejar que colapsen, que se retuerzan en el suelo por el dolor y que algunos, unos pocos, sobrevivamos. Por entonces de nada habrán servido los batidos anticolesterol en forma de naranjas ecológicas, reciclaje y charlatanería verde… de nada.

Hagamos un ejercicio en contra del sedentarismo intelectual, un ejercicio de crítica personal y preguntémonos si la vida que llevamos es la vida que queremos llevar.

De una respuesta sincera descubriremos nuestra parte de responsabilidad en todo lo que ocurre alrededor. Y es que, para actuar como se piensa primero hay que pensar cómo se actúa.

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