Títeres // Francia
Títeres
Francia
Nuestros ojos se pierden para encontrarnos y nos descubren allá por donde los senderos terminan.
Donde el paisaje se tuesta bajo el sol estival, y también nuestra piel y el vello de nuestros brazos al remar, al pedalear.
Hay algo cautivador en los viajes autopropulsados, casi adictivo. Tal vez sea esa sensación inigualable de independencia y libertad que me invade al saberme dueño de mi tiempo, o en otras palabras, saberme responsable de cada uno de mis momentos. Cautivador hasta el punto de que difícilmente puedo desear algo distinto al finalizar el día.
Y es que “autopropulsado” significa confianza plena en tu cuerpo y mente para avanzar. Te incita a preguntarte constantemente, si puedes vivir con menos, si puedes prescindir todavía de más.
Ya no basta con limitarme a cargar con un equipo esencial de supervivencia como todo equipaje. Quiero simplificarme y desatarme de todo. Puede que no siempre sepa cómo o dónde está el nudo, pero lo intuyo, ahí arraigado entre tantos y cuantos hábitos.
Inspiro, expiro. Observo en derredor, y lo que veo me inspira a continuar con la certeza de que todo tiempo expira.
El paisaje sugiere conceptos de sencillez, autosuficiencia y apoyo mutuo.
Y yo, como decía, quiero simplificarme, independizarme y convivir.
Quizás, la caracterización más manida que de nuestra sociedad se ha hecho -aunque no por ello menos acertada- nos sitúa a todos sobre un escenario en forma de títeres, sostenidos cada uno de nuestros miembros por un hilo, que a su vez representa una determinada necesidad.
Por ejemplo, el hilo que mueve la mano podría corresponder al empleo, la otra mano al hogar; un pie a la sanidad, el otro a la alimentación; la educación movería la cabeza… y así toda la cohorte de servicios cotidianos como la energía, la justicia, el ocio, etc. estarían anudados con su respectivo hilo.
Como es obvio, un grado tan profundo de dependencia requiere a su vez de un insondable grado de supervisión por aquellos quienes manejan la obra, pudiendo estos elegir si representar una epopeya o, por qué no, una tragedia.
Las actuales circunstancias de degradación ética no competen exclusivamente a nuestros titiriteros, si no que nosotros, la horda de títeres, hemos concedido en empoderarlos en detrimento de nuestra dignidad individual primero, y de nuestro ambiente social y natural segundo.
Comprender esto y actuar en consecuencia conlleva un denodado esfuerzo moral concentrado en identificar y reemplazar los hilos de las prestaciones, por virtudes y capacidades personales que nos brindarán, aunque solo sea, la consecución de nuestros valores.
No obstante, y mal que nos pese, segar de un solo gesto las ataduras cotidianas no resulta factible, pues sencillamente nos derrumbaríamos.
La conversión ha de ser comedida, debilitando pacientemente las uniones, mientras que a la par desarrollamos las aptitudes que las suplanten, para que en tanto nos quieran tensar un poco más con un recorte aquí o una exacción allá, el hilo que se creía íntegro rompa deshebrado liberándonos definitivamente.
Entonces ¿por qué no hacerlo?
¿Será que la malsana servidumbre se nos antoja más llevadera que el riesgo innato a la aventura?
La aventura de redescubrirnos a nosotros mismos.
“La aventura de redescubrirnos a nosotros mismos.”