Hipocondria // Guinea Bissau

Hipocondria

Guinea Bissau

El quinto día amanece fresco, todavía no sopla el viento y la superficie del río se extiende tan lisa que los árboles y las rocas de las orillas espejean con total nitidez.

La selva se está despertando, ahora los alcaravanes que trinan, ahora los babuinos que beben.

Desmontamos campamento y montamos sobre la balsa. El alba es un momento ideal para navegar, ya no únicamente por la atmósfera idílica, también por razones más prosaicas; la temperatura es amable y los insectos todavía no nos mortifican.

Embelesados por el paisaje, nos deslizamos sobre el agua y nos sumergimos en nuestros pensamientos.

Pero de improviso el matorral estalla al frente, los arbustos se agitan violentamente, se parten y, de entre ellos, una boca inimaginablemente grande aparece precediendo a un coloso de dos toneladas que viene derecho hacia nosotros, lanzándose atropelladamente por la orilla. Rompe el plato de la superficie como si fuese de cristal, el agua explosiona con estrépito bajo su peso y sale despedida en todas direcciones mientras su cuerpo se hunde.

Remo, remo con el impulso del pánico, al ritmo de un corazón desbocado, remo sin pensar más que en alcanzar la orilla… aunque esta esté cerrada por raíces colgantes y me niegue a aceptarlo, remo.

La proa resbala bajo las ramas y rebota contra la celosía de raíces. Nuestras manos se aferran a ellas temblorosas buscando escapar, un enjambre de abejas levanta el vuelo zumbando.

Detrás, el inconfundible bufido del hipopótamo emergiendo.

Ha llegado a donde estábamos cuando nos vio antes de saltar al agua y nos está buscando.

Silencio, no me muevo ni un ápice, al menos no intencionadamente, pues mi cuerpo tiembla fuera de control.

Las abejas rodean la balsa y se pasean por nuestra piel descubierta, los brazos, el cuello, la cara… trato de mantener la calma.

El hipopótamo no viene, pero tampoco se va. Emerge y se sumerge en el mismo punto, escupiendo agua por las fosas nasales con cada repetición.

Pasan los minutos, el calor aprieta y a las abejas se han unidos miríadas de moscas y tábanos.

La espera es agonizante y, de tan mal situados que estamos, tomamos una decisión arriesgada: salir de las sombras, nuestro única protección, y remar tan recto y rápido como nos sea posible.

Orión aparece sobre nuestras cabezas a la hora de la cena. Estamos agotados, pero una extraña agitación se ha adueñado de nuestros nervios durante toda la jornada.

Intercambiamos emociones, impresiones, mientras compartimos una cazuela de arroz con mandioca y coincidimos en lo expuestos que nos encontramos diariamente. Sencillamente no gozamos de seguridad en ningún momento del día.

Como toda protección en el agua, una pequeña balsa hinchable de apenas treinta centímetros de alto; en tierra, un par de botas de caña baja y, por la noche, una tienda de campaña con paredes del grosor de una hoja de papel.

Si algo llegase a pasar, nadie podría sacarnos de esta selva a tiempo. Y con todo, nos sentimos enardecidos.

Los riesgos que corremos son causa y parte imprescindible de la intensidad de esta travesía. El que todavía existan lugares de semejante hostilidad, en los que el ser humano pierde su espuria trascendencia, colma de dicha y plenitud a aquellos corazones que ansían reintegrarse en el ritmo de la vida salvaje.

“… colma de dicha y plenitud a aquellos corazones que ansían reintegrarse en el ritmo de la vida salvaje.”
“… hubieron tres temas de los que hablamos de manera enfermiza.”

Retrospectivamente me doy cuenta de que, durante los veinte días que duró la navegación por el río Corubal, hubieron tres temas de los que hablamos de manera enfermiza. Si bien el orden de prioridad e importancia de los puntos fue variando con el paso del tiempo.

La expedición comenzó con una fuerte preocupación por los hipopótamos que, recordemos, son los animales que más muertes causan en todo el continente africano.

Tras ello, nos atormentaban los insectos, pero, como quiera que no tienen unos colmillos tan grandes, la malaria se nos antojó un mal menor. Por último se presentaba el riesgo de quedarnos sin víveres a medio camino.

Así abríamos nuestro viaje cuando al segundo día nos tropezamos con unos pescadores en su canoa de madera. Ellos no hablaban apenas portugués y nosotros no más que un parco y rudimentario foula; pero que complementado por signos, bastó para transmitir nuestra pregunta:

-¿Hipopótamo peligroso?- preguntamos haciendo gestos con los brazos y la boca imitando una gran mandíbula en dirección a la embarcación.
-No- exclamaron ellos interpretando nuestros gestos. Y con una sonrisa reconfortante añadieron. -No, “nora” es amigo.

Nos despedimos aliviadísimos. Los hipopótamos aquí son amigos y se llaman nora. Nada con un nombre tan dulce podría presentar algún peligro, ¿no es cierto?

Entonces los insectos, su constante martirio y su inmunidad frente a los repelentes; pasaron a ocupar el primer puesto en nuestra lista de penurias… hasta que el quinto día sucedió el ataque descrito y entonces “nora” dejó de sonar tan benevolente.

Otra vez, cada hoja, cada rama, cada roca asomando fuera del agua; nos obligaba a detenernos para cerciorarnos de si tenía o no tenía fosas nasales y, quizás, dientes justo debajo.

Algún tiempo después, cuando los insectos no tenían ya espacio virgen donde picar, encontramos a otro pescador y este nos propuso pasar la noche en su aldea. Por entonces, las reservas de comida habían descendido sustancialmente. Quedaba arroz, mijo y verduras deshidratadas en cantidad, pero los frescos se habían acabado.

Aceptamos su invitación, le compramos unos pescados recién sacados del agua y, ya en su cabaña, compartimos nuestro relato del ataque. Después le preguntamos:

-Pero nos habían dicho que nora es amigo, ¿entonces no es así?
-Sí, nora amigo… -dijo- … pero vosotros encuentro con “gabi”.
-¿Gabi? ¿quién es gabi?- inquirimos.
-Gabi hipopótamo. Nora lagarto, cocodrilo-. aclaró.
-Entonces… gabi… gabi no es amigo ¿verdad?- tomamos conciencia de la gravedad del malentendido– ¿Qué haces si te cruzas con gabi?
-Bueno, eh… nada, si encuentro con gabi nada que hacer. ¿Aquella canoa partida a la mitad? Gabi.

share
Prev Pesca sin pescado // Senegal
Next Refugiado Económico // Guinea Bissau
error: This content is protected, access the contact section to request its use.