Refugiado Económico // Guinea Bissau
Refugiado ecónomico
Guinea Bissau
La travesía se prolongó durante un mes. Treinta días de fronteras, de mares, de desiertos… hasta que al fin llegamos. En lontananza la selva infinita y la razón de tan largo éxodo. Ramas y copas y lianas cobijando la tierra prometida, ahora tan al alcance de la mano. La última frontera, el postrero paso entre cien mil.
Nuestras espaldas han padecido la carga de las necesidades, nuestros pies soportaron el peso de las decisiones. Pero ¿qué impulso, qué convencimiento, qué fuerza nos arrastró en semejante migración?
No deja de resultar paradójico haber recorrido el camino inverso. Del norte al sur, del blanco al negro, de lo civilizado a lo salvaje, de la sobreabundancia a lo esencial.
¿Acaso la cordura se tornó en delirio tan fácilmente?
Occidente importa los recursos naturales y la mano de obra que necesita para que su maquinaria capitalista continúe en marcha.
Después exporta sus residuos y, en respuesta a su dinámica nociva, algunos individuos huyen también ya no buscando un trabajo mejor remunerado y una casa más amplia; si no procurando un trabajo comunitario y una casa sin muros.
En definitiva, al sistema se le escabullen así aquellas personas que deciden dar un paso más en su independencia y parten a aprender los rudimentos de la vida austera.
Pero cada vez es preciso caminar más lejos para alcanzar estos últimos reductos de autodeterminación, donde la soberanía es local y no responde a los trajines del libre mercado; donde la comida se sirve donde se cultiva, donde el agua se bebe allí donde fluye, donde la luz brilla cuando es de día y la oscuridad envuelve cuando es de noche.
“… donde la comida se sirve donde se cultiva, donde el agua se bebe allí donde fluye…”
“… un gusto agridulce en los labios, una imagen de claroscuros en las pupilas.”
Cinco meses más, una casa de bambú y paja en la selva, todo un país recorrido. El viaje toca a su fin con sentimientos encontrados, un gusto agridulce en los labios, una imagen de claroscuros en las pupilas.
¿Cómo reconciliar las percepciones extraídas de una nación en contradicción?
Un país que además de esclavizado fue uno de los últimos en descolonizarse y que todavía hoy llora por los abusos acometidos en tan aciagos años. Un estado en el que, a pesar de su feraz diversidad cultural y lingüística, solo un sueño es compartido: emigrar a Europa para… recuperar la esclavitud.
¿Y a cambio de qué? Yo siempre pensé en los inmigrantes subsaharianos como individuos valerosos que partían de una situación de absoluta necesidad.
Nada más lejos de la realidad. He podido constatar que quienes vuelven de Europa, no invierten lo ganado en mejorar las condiciones básicas de vida. Lo dilapidan mudándose a una casa de cemento en la capital, un smartphone, una televisión con Canal+ para ver el fútbol, un coche, ropa de marca y tabaco, muchísimo tabaco.
Jamás olvidaré el día en el que, caminando por un sendero, nos encontramos con el rey de Boé y este nos invitó a desayunar en su propia casa. Le acompañamos agradecidos y con muchísima curiosidad, mientras que por nuestra imaginación desfilaban imágenes de banquetes tribales; con profusión de papayas, piñas, plátanos, leche recién ordeñada y pan recién horneado.
Cuál no fue nuestra decepción cuando nos sentaron en una silla de plástico, frente a una mesa de plástico sobre la cual se ofrecían monodosis de leche y café en polvo, azúcar blanco, agua embotellada y paquetes de galletas.
Para ellos aquello representaba un autentico privilegio, para nosotros la mayor de las penas.
En Guinea Bissau se acerca el momento en el que la comida no se sirva ya más donde se cultiva, donde el agua no se beba allí donde fluye, donde la luz no brille cuando es de día y la oscuridad no envuelva cuando es de noche.
Ese día los ancianos recordarán y relatarán a sus nietos el significado de la libertad y la cohexión social.
Esa noche algunos jóvenes descontentos soñarán con selvas, frustrados por su dependencia y esclavitud.
Pero entonces la tierra será propiedad privada y habrá trabas legales y administrativas, cuando no las personales pues… quién de todos esos jóvenes sabrá cómo se cultiva el arroz, cómo se utilizan las plantas como medicina, cómo se extrae el aceite de las palmeras y, sin ir más lejos… quién de todos ellos sabrá cómo autogobernarse y lidiar con las relaciones y emociones de la vida compartida.
Puede que por ese entonces ya no queden más lugares a los que viajar para recuperar todo ese saber, quizá por entonces ya sea demasiado tarde.