Fuego cruzado // Alemania
Lo huelo antes de verlo. A veces es el aroma ferruginoso de la sangre fresca derramada sobre el asfalto y, otras, es la densa pestilencia de la carne en descomposición.
Luego aparecerá el cadáver, o lo que sea que queda de él. Una liebre, un milano, una salamandra… Hoy es un corzo, todavía fresco, con espumarajos sanguinolentos cuajándosele en la boca y un puñado de gordas garrapatas blancas abandonando su cuerpo exangüe.
En ocasiones también descubro bultos tumefactos tirados en la cuneta, cubiertos de moscas y con una maraña efervescente de larvas hurgándole en las entrañas.
O si la muerte fue instantánea y el animal ha sido abatido allí mismo, en medio y medio de la carretera, entonces no hallaré más que una macabra calcomanía adherida sobre el alquitrán: un estampado de piel, de plumas o de escamas; meros retazos del animal exuberante que un día fue.
“… sucumben al fuego cruzado de nuestras carreteras.”
Encuentros como el de hoy son recordatorios de nuestra propia indefensión viajando a lomos de una bicicleta. Pedaleando por estas mismas vías e igualmente expuestos a los fogonazos disparados por conductores ebrios, enfurecidos o despistados.
Porque para el cicloturista el riesgo de accidente es veinticinco veces más alto que para quienes conducen un vehículo. Tanto, que cada año unos 2.160 ciclistas mueren arrollados en las carreteras europeas y 32.000 más resultan gravemente heridos.
Pero si en lugar de ser un ciclista fuésemos un corzo o un cernícalo, las estadísticas estarían todavía más en nuestra contra: anualmente 194 millones de aves y 29 millones de mamíferos sucumben al fuego cruzado de nuestras carreteras.
Y estas cifras, que ya de por sí resultan espeluznantes, ni siquiera representan en su totalidad la magnitud real del drama. Pues por cada corzo o cernícalo abatido en esta época del año, yo veo al cachorro que se queda huérfano en el bosque y al pollito que morirá de hambre en el nido.
Alemania ostenta una de las tasas de mortalidad de fauna por atropellos más altas de toda Europa. Un continente en el que, ya de por sí, la densidad de carreteras está entre las más altas del mundo, con el 50% del territorio a menos de 1.5km de la carretera o vía del tren más próxima.
Si tenemos en cuenta que por estas carreteras circulan a día de hoy unos 281 millones de vehículos, descubrimos que, ineludiblemente, el 80% de los conductores europeos acaba matando a un ave o a un mamífero por año. De anfibios, reptiles e invertebrados no hay siquiera datos.
Así que déjame repetirlo: 194 millones de aves y 29 millones de mamíferos cada año. Si en vez de animales fuesen personas, sería como ejecutar anualmente a la mitad de la población europea.
“… el 80% de los conductores europeos acaba matando a un ave o a un mamífero por año.”
“… descuartizados bajo las cuchillas y las ruedas de los tractores.”
En los últimos años, los atropellos se han convertido en la principal causa de mortandad de la fauna europea, muy por delante de las muertes por electrocución en tendidos eléctricos, la caza o las enfermedades; y el resultado de este ecocidio se puede observar claramente sobre el oscuro asfalto.
Pero oculto a la vista de muchos, disimulado entre la vegetación, exactamente allí donde esperaríamos que los animales finalmente pudieran vivir en paz; se esconde exactamente el mismo peligro.
Cada verano, en las fértiles praderas del viejo continente, incontables animales caen descuartizados bajo las cuchillas y las ruedas de los tractores.
Los corcinos y los cervatillos son, de entre todas las víctimas, los más vulnerables.
Dicta la ley en Alemania que los agricultores deben asegurarse de que no hay animales en el pastizal antes de iniciar la siega.
En la práctica esto no se hace o, si se hace, es de una manera terriblemente ineficaz, pues encontrar a un corcino acurrucado entre las altas hierbas, yendo a pié campo a través; es virtualmente imposible.
Las crías nacen con el instinto de que pase lo que pase, no deben moverse. Y es precisamente esta inmovilidad en combinación con su lomo moteado, lo que hace que los agricultores no los vean hasta que ya es demasiado tarde.
Nosotros hemos venido hasta la región de Mecklenburg-Vorpommern, donde un grupo de agricultores y ganaderos ecológicos ha decidido llevar su técnica de rastreo a un nivel superior, optimizándola hasta eliminar toda posibilidad de colisión.
“… hace que los agricultores no los vean hasta que ya es demasiado tarde.”
“… las posiciones de esos puntitos calientes de color añil…”
Amanecemos entre zumbidos y picaduras de mosquito. Alrededor de nuestras cabezas hay tantos insectos que apenas acertamos a distinguir el murmullo del dron cuando nos sobrevuela. Pero sabemos que nos acaba de pasar porque podemos vernos a nosotros mismos en la pantalla, o al menos podemos ver el calor que radiamos gracias a la cámara térmica que lleva montado.
En la pantalla también aparece el buggy en el que ahora viaja Agnes junto a uno de los ganaderos, ambos pertrechados con una jaula de loneta y un gran palo ahorquillado.
Y es precisamente a ellos a quienes el piloto del dron les indica posiciones por radio: las posiciones de esos puntitos calientes de color añil, no más grandes que unos pocos píxeles, a los que hay que acercarse con mucho cuidado.
Tres crías de corzo han sido rescatadas esta mañana. Tres corcinos que se han librado de una muerte segura bajo las cuchillas de las segadoras.
Pero ¿qué son tres corzos frente a los cientos o miles que en este preciso instante estarán siendo destripados en tantos otros campos?
Hoy, para nosotros, esos tres retoños lo han sido todo.
“Tres crías de corzo han sido rescatadas esta mañana…”
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